Fuegos de la Guerra & Rol |
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| Introducción a Teluria | |
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Tres Familia Imperial
Cantidad de envíos : 253 Edad : 42 Fecha de inscripción : 06/04/2008
| Tema: Introducción a Teluria Mar Dic 02, 2008 5:35 am | |
| Introducción: Parte 1 - Spoiler:
Entrando en la posada oteó todo a su alrededor. Aún faltaba un rato hasta la hora de la comida, por lo que no estaba tan concurrida. Ignorando a sus compañeros de Orden, habría un total de cinco personas. Dos de ellas no estaban en un estado que les permitiese atender los asuntos que se iban a tratar. Eso facilitaba las cosas. El mensaje había hecho sonar las alarmas en la catedral a primera hora de la mañana. Había sido una nota sencilla, dejada descuidadamente en el altar. Esta no iba firmada, pero en la parte inferior, a modo de rúbrica, podía distinguirse el esbozo de una rosa hecho a mano. “Medio día en el Soldado Sediento. Usted solo. Hablaremos del pasado oscuro de los Cira y de Teluria”. Cira, Humanos en la antigua lengua. Su pasado. El pasado del mundo. Eso inició una vorágine de actividad en la habitualmente tranquila iglesia. El párroco, enteco y seco, no tardó en bajar a los sótanos con la nota para informar debidamente. El hecho de que hubiesen dejado una nota semejante precisamente en esta catedral implicaba que el autor estaba bien informado, y que por lo tanto, era más peligroso de lo que cabría esperar. Poco después los altos cargos de la Orden estaban informados de la misiva, comenzando a preparar concienzudamente la reunión. Las instrucciones habían sido precisas. Reunirse con el anónimo autor de la carta y, en caso de que su conocimiento amenazase el equilibrio de poder en Cira, eliminarle. Para ello portaba una daga oculta y contaba con el apoyo de dos miembros encubiertos de su Orden. Pidiendo una pinta se aproximó con su jarra hasta una mesa cercana y se sentó a esperar. Tal y como estaba dispuesta la mesa el autor de la carta se sentaría de espaldas a la barra, y por ello también de espaldas a sus compañeros. El sacerdote sonrió complacido. Ventajas de la puntualidad.
Habían pasado varios minutos y la pinta había descendió a mitad cuando se abrió la puerta de la taberna. El recién llegado era un hombre joven, no sobrepasaría la veintena. Tenía su moreno cabello extremadamente largo y ojos lapiszulí. Sus alargadas orejas indicaban de era de ascendencia élfica. Llevaba unas sencillas y cómodas ropas de viaje y no portaba arma alguna. A su espalda únicamente portaba un violín. Lo más llamativo era un delicado colgante hecho con flores naturales, rematado con una diminuta joya de color verde intenso. Se acercó a la barra y, tras dar los buenos días al tabernero, caminó hasta la mesa donde le observaba detenidamente el sacerdote y se sentó, apoyando el instrumento en la mesa.
- Buenos días padre. Me alegra que haya venido –dijo el recién llegado. El padre guardó silencio unos instantes mientras apuraba la jarra y hacía un gesto al tabernero para que le trajese otra. - Buenos días, señor… -contestó el párroco una vez hubo recogido la jarra vacía el tabernero. - Argol, bardo y músico ambulante –se presentó a la vez que inclinaba cortésmente la cabeza. - Pensaba que todos los Alarian tenían el cabello claro –comentó distraídamente el sacerdote. - Si, y yo que le había indicado que viniese solo. Aunque eso tampoco importa –dijo este con una afilada sonrisa, cortando tajantemente la conversación. Al parecer no quería hablar de sí mismo. - Bien, en su misiva ha dicho que quería hablar. - Vaya. Directo al grano. Eso es lo que me gusta de la Orden del Sol de Cira, siempre directos al grano. En cualquier caso está en lo cierto. Envié esa carta para programar esta reunión, aunque usted va a ser quien hable y yo haré las preguntas en los puntos que me interesen –explicó Argol a la vez que observaba al tabernero pasar a su lado con otra jarra de bebida. El sacerdote frunció el ceño. Se suponía que la existencia de la Orden del Sol de Cira era un secreto que nadie debía conocer. - Bueno, en todo caso dígame de qué desea que hablemos. El presunto elfo, aunque el párroco empezaba a dudar que lo fuese, sonrió a la vez que tocaba distraídamente una nota en el violín pellizcando la cuerda. - Hábleme de los orígenes de Teluria. Y no tema explayarse –pidió. El párroco dio unos sorbos a su segunda pinta. Tenía la boca seca y le dolía ligeramente el pecho. Seguidamente comenzó a hablar. Quería satisfacer las indicaciones de Argol. - Teluria es un continente joven, nacido de las cenizas de la guerra –comenzó- Rodeado por un inmenso mar de de llamas, se encuentra apartado del resto del mundo. Se desconoce su origen y se desconoce si habrá vida más alla de los ígneos mares. Nadie ha podido cruzarlos todavía –comenzó. El bardo asentía satisfecho mientras le hacía gestos con la mano para que continuase- Lo único cierto es que la vida en él nunca ha sido sencilla. Desde que sus habitantes tienen memoria, se podría considerar a Teluria como un continente lleno de disputas en el que multitud de razas eran sometidas por una poderosa minoría. La ley del más fuerte hecha realidad. Al principio de los tiempos el reino humano gobernaba, en una próspera y fructífera alianza con los reinos enanos y elfos, todo el territorio. El resto de las razas inteligentes se encontraban subyugadas por estos. Fue una Edad Oscura ausente de magia en la que la fuerza de un país se medía únicamente por el poder de sus ejércitos o la dureza de su acero. La Triple Alianza controlaba la tierra y ejercía su control sobre ella con mano de hierro. El elfo volvió a asentir. Esa parte de la historia la conocía. Al fin y al cabo los ancestros de su raza formaban parte de dicha Triple Alianza. - Correcto. Pero todo eso cambió, ¿no es así? –se interesó. El cura asintió a la vez que apuraba la jarra. Llamando al tabernero le pidió que trajese otra, y que lo acompañase con pan, queso y aceite con ajo machacado. - Efectivamente, eso llegó a su fin. Acabó cuando llegó lo que los registros históricos han recogido con el nombre de Guerras del Dragón. Un día, sobrevolando los cielos, se vislumbró una siniestra silueta. Tenía la forma de un reptil, pero de su costado sobresalían dos gigantescas alas membranosas permitiéndole surcar los cielos. En un acto de locura, anhelando poseer la cabeza de la bestia, el Rey Humano mandó cazarla. Las flechas surcaron los cielos y los esclavos fallecieron a centenares pero finalmente dicha bestia cayó muerta y su cabeza pasó a engrosar la sala de trofeos del Rey Humano. Sus homónimos dentro de la alianza, Elfos y Enanos, si bien prestaron su apoyo, no aprobaron las acciones tomadas. No sabían entonces que la pieza cobrada tendría un coste tan elevado. Días después una miríada de criaturas de la misma raza oscurecieron los cielos atacando Teluria. Utilizaban técnicas avanzadas de combate y formaciones. Su perfecta sincronía, la gran movilidad de sus huestes y la precisión con la ejecutaban las más complejas estrategias de combate pusieron contra las cuerdas a la Triple Alianza. Pero ese iba a ser el menor de los problemas –añadió tomando un pequeño respiro para recobrar el aliento. El tabernero venía con el queso y el pan con aceite. - Dígame, padre. ¿Qué es lo que ocurrió? –se interesó Argol. - Con la Triple Alianza rozando la perdición por culpa de los dragones llegó la gran ocasión de los subyugados esclavos. Alzándose en armas contra sus amos reivindicaron su independencia. La imposibilidad humana de contener dos frentes abiertos de guerra forzó su abdicación. Dando su brazo a torcer Humanos, Elfos y Enanos reconocieron al resto de las razas como Reinos libres y se les concedieron tierras donde vivir. Creyendo que el alado ejército les ignoraría, los antiguos esclavos se dispersaron con rumbo a sus territorios. También se equivocaron. Dividiendo a su sobrecogedor ejército en cuatro legiones, los dragones siguieron presionando, enfrentándose a todas las razas de Teluria. - Magnífico. Pero dígame, ¿cómo es que los dragones no consiguieron ganar la batalla? El sacerdote sonrió. Estaba seguro de que el elfo ya conocía la respuesta, pero era un detalle sin importancia. Estaba ahí para hablar e informarle de lo que quisiera. Dándose unos pequeños golpecitos en el pecho para calmar el ligero dolor, dio otro trago antes de continuar con el relato. - Desde sus orígenes Teluria fue una tierra atea. Donde domina la espada no es necesaria la presencia de ningún dios. Eso unido a la inexistencia de cualquier manifestación divina hicieron que la población se criase según la fuerza de sus armas. Pero eso cambió. Por primera vez la humanidad se encontró con un poder al que no podían oponerse sólo con sus armas. Fue esa desesperación, el verse acorralados por un enemigo infinitamente superior y el hallarse al punto de la extinción ,lo que trajo la magia al mundo. El ferviente deseo de ayuda, la Fe ciega en un ente superior que les ayudase, trajo los dioses a Teluria. Creados a partir de las necesidades de la gente, fortalecidos por su Fe, los dioses se presentaron al mundo. Seleccionando con cuidado a una serie de profetas de entre todas las razas, les otorgaron inmensos poderes mágicos capaces de hacer frente al ígneo aliento de los dragones. Capaces de derribarles en pleno vuelo y de perforar las densas escamas con las que protegen su cuerpo. Esgrimiendo la magia en los frentes de lucha, poco a poco los diferentes Reinos hicieron retroceder al ejército invasor. La guerra estaba ganada, pero a la Triple Alianza le había costado la gran mayoría de sus efectivos y la mano de obra esclava que antaño tuvieron. Una década después la alianza se rompería, con cada raza predicando su independencia sobre todas las demás. Llegaría entonces una época de paz y progreso conocida como la Edad de Oro. Esta tuvo una duración de apenas ciento treinta años. En ellos se estudió el arte de la magia, otorgada por los dioses para enfrentarse a los dragones. También se estudió la naturaleza divina, y se establecieron nexos con sus planos de existencia. Así nació la magia sacerdotal. Una poderosa magia capaz de traer de vuelta al mundo de los vivos a un guerrero caído, de regenerar miembros perdidos o de esgrimir tormentas contra un enemigo. Aparte de ello, la medicina, la política, el arte,...todo evolucionó haciendo más sencilla la vida. Los pueblos que antaño vivían esclavizados progresaban y avanzaban rápidamente gracias al comercio. Mientras, Humanos, Elfos y Enanos se iban restaurando lentamente de las cuantiosas pérdidas producidas por las Guerras Dragón. - Es una pena que no continuase así hasta nuestros días. Pero siga, por favor –pidió Argol mientras el párroco daba cuenta de otra loncha de queso. - Ocurrió repentinamente. Nadie pudo anticiparlo y, de haberlo hecho, tampoco podrían haberlo evitado. Una fría noche de invierno, cuando la nieve se extendía como una cortina blanquecina sobre Teluria, desaparecieron del continente para nunca volver a ser vistos los mayores Sacerdotes de cada raza, incluyendo a la Suma Sacerdotisa humana: Devorah Pösen Debido a la paranoia que esto provocó, cada facción comenzó a ver traidores entre sus vecinos y volvieron a lanzarse a la guerra unos contra otros. Los estudios posteriores revelaron el motivo de la desaparición, diviendo así esta parte de la historia de Teluria en dos partes. - Comprendo. Cuénteme las dos –dijo el elfo, permitiéndose picar un pequeño trozo de pan untado en aceite. - La primera ramificación cronológica es referente al plano divino. La segunda a Teluria. Había problemas en los reinos celestiales. La fe y la esperanza de la gente los habían creado. Gente que buscaba la supervivencia con todo su corazón. Una vez hubo acabado la guerra, surgieron algunos con pretensiones de poder, con un corazón lleno de odio. En una versión retorcida de la fé, dichos sentimientos oscuros dieron lugar a nuevos dioses. Dioses que manifestaban en su naturaleza dichas aspiraciones. Retorcidos, traidores y sedientos de destrucción. Se les dio en llamar Demonios. Dioses y Demonios comenzaron a batallar entre sí . Por desgracia, la oscura inteligencia de los Demonios unida a su superioridad numérica, amenazaba con sobreponerse al poder divino. En este punto los Dioses solo pudieron hacer una cosa: llamaron a su plano a aquellos sacerdotes de Teluria con mayores capacidades, con una fé más inamovible. Así, trabajando en conjunción, los dioses y sus sacerdotes consiguieron expulsar a los demonios, trayendo la paz al cielo.
Última edición por Tres el Mar Dic 02, 2008 6:42 pm, editado 1 vez | |
| | | Tres Familia Imperial
Cantidad de envíos : 253 Edad : 42 Fecha de inscripción : 06/04/2008
| Tema: Re: Introducción a Teluria Mar Dic 02, 2008 5:36 am | |
| Introducción: Parte 2 - Spoiler:
Mientras, en Teluria, también se desató la guerra. Se la bautizó como Guerra el Miedo. Miedo al abandono de los dioses, miedo a la pérdida de la fe. Humanos y enanos fueron los primeros en enfrentarse en el campo de batalla. Su sangre también fue la primera en derramarse en la tierra. Les siguieron el resto de las razas. Enfrentadas unas a otras sin distinción. Olvidado ya el motivo de la guerra se movían únicamente por un odio irracional todos aquellos diferentes y por el rencor del pasado. Batallaron durante años hasta que alguien intervino. Procedente del sur pareció un imponente ejército de criaturas marinas. El ejército Naga, oculto hasta entonces en el fondo marino, se alzaba contra Teluria dispuesta a la guerra por haber mancillado la mar con sus disputas. Esgrimiendo todo el poder de los océanos, y encabezados por inmensos leviatanes, avanzaron inexorablemente hasta conquistar la mayor parte del continente. Pero no fueron los únicos. Desde el norte apareció otra amenaza. Los Minotauros, recluidos en una isla lejana durante generaciones, se unieron a la contienda cargando contra los Humanos. La culpa de ello fue de los mismos humanos, pues habían invadido su tierra y asesinado a sus hijos en busca de una nueva mano de obra barata. En busca de nuevos esclavos. Ahora los minotauros estaban dispuestos a cobrarse la deuda de sangre. El ejército Naga parecía un tifón que arrasaba todo a su paso. Las razas de Teluria estaban condenadas a la destrucción ante la magnificencia del océano. Únicamente un golpe de suerte podía detener su avance. Dicha suerte tuvo un nombre: Khasrias Ckluch, General del ejército minotauro. Ante la presión de las Nagas, al verse en peligro de extinción, las razas de Teluria se aliaron bajo un mismo estandarte para oponerse al ejército invasor. Los inmensos ejércitos se enfrentaron durante días. Las Nagas tenían en el control de la contienda gracias a su superioridad numérica. Todo parecía perdido. En ese punto intervino Khasrias Ckluck. Aceptando en última instancia unos términos que les eran beneficiosos a los minotauros y que incluían ciertos privilegios y pagos en compensación por la afrenta, estos atacaron el flanco de las Nagas apareciendo desde la nada. Aunque escasos en número, la fuerza de los Minotauros resultó ser un handicap que las Nagas no pudieron enfrentar. - Bien por nuestros salvadores –dijo sonriente Argol a la vez que tocaba otra nota en el violín- Ahora continúe. El padre entrecerró los ojos molesto, pero una vez que había empezado ya no tenía sentido dejar así las cosas. -Viendo un campo de batalla en el que miles de cadáveres abonaban la tierra, finalmente se reunieron los reyes de cada raza, incluyendo la reina Naga. En un mundo agonizante se firmó la paz. Se establecieron fronteras, y se abrieron rutas comerciales. Los Minotauros volvieron a su tierra dejando embajadores en cada nación. Esta vez el mundo no les dejaría de lado. Así se inició así la reconstrucción de las ciudades y se empezó desde cero, en busca de la paz. Pasado el tiempo apareció en Teluria una nueva raza. Decían ser descendientes humanos de los dioses, y portar su palabra. Dirigidos por la Doncella de Cristal se asentaron en un territorio alejado. Su raza se dio en llamar Kristya, en honor a su dirigente, y su nombre se incorporó al tratado de tregua, reconociéndolos así como miembros de pleno derecho de Teluria. Pasaron los años. Poco a poco, entre los practicantes de magia, comenzaron a aparecer personas con rasgos diferentes, tocados por los elementos que controlaban. Así llegaron al mundo los Elementales. Simples humanos con facciones más bruscas, con el cabello y los ojos de extraños colores y un control absoluto sobre el elemento que les era padrino. Amenazados por el resto de los magos se unieron y se declararon nación independiente. Firmando una declaración de total neutralidad fueron finalmente aceptados. Pasó algo semejante con los Hijos de la Noche. Normales durante el día, monstruos de noche. Enseguida se puso precio a sus cabezas, ignorando el hecho de que eran seres inteligentes. Cazadores de monstruos surgieron por doquier cobrando fortunas por sus cabezas. No tuvieron más remedio que unirse para evitar la extinción. Artemis du Haste se declaró el primero y más poderoso entre los suyos. Proclamándose Rey unió a todos los Licantropos bajo su protección y, haciendo uso de una enorme presión política, consiguió que fuesen reconocidos como Reino Independiente. - Vaya. Ya hemos llegado a los Tocados por la Magia, las razas no naturales que han ido apareciendo en Teluria. Por favor, continúe. El padre asintió a la vez entrecerraba los ojos por el molesto dolor en el pecho. Negando con la cabeza decidió ignorarlo. Seguro que otra jarra de cerveza le ayudaba. Apurando la que todavía tenía a mitad pidió otra mas. - Bien, sigamos pues. Un poderoso mago, llamado Alessandro Vera declaró al mundo que había encontrado otra forma de resucitar a los caídos. Sin embargo sus artes nigrománticas no fueron aceptadas y se le señaló de hereje, desterrándole de todas las tierras que visitaba. - ¿Por qué se le desterró? –se interesó Argol. - Porque dicho método era totalmente opuesto al que enseñaba la magia sacerdotal. - Sin embargo podía devolver a la vida incluso a aquellos que escapaban de las posibilidades de los sacerdotes. ¿Por qué entonces se le persiguió? –preguntó el elfo observando al padre. Este tenía la frente ligeramente perlada de sudor. - Porque se oponía a todas las enseñanzas divinas –contestó secamente el padre para después terminar de dar cuenta del queso. El alarian se limitó a entrecerrar los ojos y asentir conforme a sus propios pensamientos. - Se le persiguió y se le declaró proscrito. Cazadores de recompensas y oportunistas atentaron contra su vida persiguiéndole allá donde huyese. Finalmente le dieron caza y atravesaron su corazón con una espada. Varias veces. Para sorpresa de sus agresores el cadáver del nigromante comenzó a carcajearse. Ni siquiera la muerte puede detener a un nigromante, y sin duda Alessandro Vera era el primero y más poderoso de ellos. Renacido como Lich recorrió el mundo mientras su aspecto se deterioraba hasta que su rostro adquirió la fisonomía de una sonriente calavera. Pero obtuvo su premio. Encontró el mayor tesoro al que puede aspirar un Nigromante: la tierra donde tuvo lugar la última batalla contra las Nagas. Alzando un poderoso ejército a partir de los cadáveres enterrados en aquella tierra, se opuso a aquellos que hasta entonces le habían perseguido. Abrumados ante su inmenso poder y sobrecogidos por la enormidad de su ejército el resto de naciones terminaron aceptándole. En el punto más lejano posible Alessandro Vera fundó su nación, Stigy. Ahora proclamado Rey Lich, él y su gente no-muerta han pasado a formar parte de Teluria. - No está mal. Aunque creo que todavía falta alguien en su historia, ¿no? ¿Qué me puede contar sobre el Pacto Negro? El sacerdote suspiró, limpiándose con la manga el sudor que empapaba su frente. - ¿Sobre el Pacto Negro? Bien, ahora voy. Así, con todas esas nuevas facciones haciendo acto de presencia en el mundo, llegó la paz. Y esta trajo consigo una vez más el estudio y la prosperidad. También dio lugar al estudio de lo oculto. Así reaparecieron los demonios en el mundo. Únicamente fueron unos pocos magos. Pero todos ellos de gran poder. Bajo promesas de poder y seducidos por hermosas sucubos comenzaron a estudiar lo oscuro. Poco a poco la sed de poder corrompió sus almas. Hasta que cedieron doblegándose a las tinieblas. Pactando con los demonios que les tendían los brazos, aumentaron su poder hasta cotas insospechadas a cambio de, poco a poco, corromper y demacrar su aspecto. Pero el pacto incluía letra pequeña: Los Demonios con esto no sólo propagaban su propia fe demoníaca en Teluria, aumentando así su poder e influencia, sino que conseguían una puerta de acceso al mundo. Obligados a mantener sus artes en secreto durante generaciones se relacionaron entre sí. Generación tras generación de nuevos Demonologistas surgía entre las sombras. Habría seguido así de no ser porque los Celestiales cayeron sobre sus enemigos. Iguales en poder, y casi en categoría, las gentes de Kristya arremetieron brutalmente contra ellos. Anverso y reverso de la misma moneda. El mundo conoció así a los hijos de los demonios. Les repudió y les persiguió. Lo que antaño fueron cazadores de recompensas ahora se convirtieron en Cazadores de Brujas. Buscaban su muerte, al igual que los Celestiales. Acorralados, los Demonologistas se prepararon para hacer uso de la última de sus cartas: Amenazaron con invocar a uno de los primeros poderes oscuros, a un Demonio Primigenio. Uno de los que incitaron la escisión y la guerra entre Dioses y Demonios. Los Celestiales, viéndose incapaces de oponerse ante semejante poder prefirieron evitar que cumpliesen la amenaza y se retiraron firmando la paz, animando al resto de Teluria a hacer lo mismo. Así la última de las razas inteligentes de Teluria, el último de los Reinos Independientes, se asentó en la tierra con un estandarte demoniaco y un pacto de no agresión con el resto de las razas. En cuanto a ahora…actualmente Teluria está en paz. Una paz tensa. Una paz en la que cada una de las facciones vigila los actos del vecino. Poco a poco la población ha ido aumentando. Eso no solo promete mayor prosperidad para cada raza, sino también mayor lucha por los recursos. Mucha gente lucha por la paz. Mucha gente aspira a la guerra. Finalmente, solo el tiempo decidirá quién alcanzará su objetivo –finalizó el sacerdote, con una reflexión. - Vaya, qué poético, padre –reconoció Argol- Casi tendría que ofrecerle a usted el violín y portar yo la sotana. En cualquier caso ¿eso es todo? –se interesó. El sacerdote asintió con la cabeza- ¿No tiene nada más que contarme –volvió a preguntar el elfo. Una vez más el párroco asintió- Bueno, ¿y qué me dice de las Brujas? ¿No sabe nada sobre ellas y su relación con el Rey de Cira? – preguntó. El párroco negó con la cabeza- Increíble –reconoció el elfo de oscuros cabellos encogiéndose de hombros y poniéndose de pie- En ese caso tengo que agradecerle su paciencia padre. Me ha gustado su relato, aunque considero que en lo que respecta a los Hollyan, los demonologistas, su punto de vista no es neutral. No, por favor, no hace falta que se levante. Gracias por su tiempo – añadió sonriente mientras recogía el violín y salía de la sala. El padre permaneció erguido en la silla, inmóvil. Hubiese seguido así de no ser porque sus compañeros de la Orden se acercaron a ver cómo se encontraba. Sorprendidos, observaron que había fallecido. No habrían pasado ni diez minutos desde que había entrado en la taberna y ahora estaba muerto. No mostraba herida alguna y tampoco se había acercado nadie hasta donde se encontraba sentado, de modo que supusieron que había fallecido de viejo. Sin embargo ese no sería el único enigma del día. Para estupor del tabernero una persona muerta, un sacerdote fallecido, había consumido en apenas unos minutos varias cervezas, medio queso y una hogaza de pan con aceite. Meses después todavía buscaría explicación.
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